“Me cago en la puta. Creo que acabo de salir de un puto antro
de Chicago. Aquellos en donde cada uno de esos endiablados doce compases se
pueden mascar.
No se podía fumar en Clamores y aún así noto el humo del
tabaco en mi ropa, incluso el aroma de la camarera y el sudor que regó las
plantaciones de algodón durante tantos y tantos años. Me siento jodidamente
negro esta noche. Siento que he bebido del manantial prohibido y que he meado
todo su interior en un arroyo. ¡Joder!, vengo de ver a Richard ‘Rip Lee’ Pryor,
hijo del pionero de la armónica Snooky Pryor, y vuelvo en el metro con la
sensación de haber estado al otro lado del Atlántico y de llevar un pedazo
robado de la historia del blues en el bolsillo del pantalón.
Os juro que pensé que esta mierda ya no existía, que era cosa
del pasado, de documentales en blanco y negro, de fotos en la pared de un bar.
Nunca un bourbon me supo tan auténtico, ni tan magnífico, y dudo que en algún
momento me vuelva a saber igual.
El blues sin contaminar es como fumar sin filtro, follar sin
goma o conducir sin cinturón. Ahora entiendo lo que se le pasaría por la cabeza
a aquellos muchachitos blancos, melenudos y británicos de los sesenta cuando
descubrieron esta música y procuraron imitarla de la mejor manera posible. Pero
siempre es un placer, un honor, revivir las raíces de una música tan inmensa.
Un solo hombre, con su pie, su guitarra, su armónica y su voz fue capaz de
darnos todo lo que necesitábamos para sumirnos en ese viaje.
Al igual que ‘Rip Lee’ Pryor venció al cáncer y pudo estar en
Madrid para darnos semejante regalo en forma de concierto, el blues se
mantendrá en pie, de una forma u otra, para acompañarnos en esos momentos en
los que no queda más remedio que lamerse las heridas.”
Pablo Martín, guitarrista de Tangerine Flavour
Madrid, madrugada del
22 de marzo de 2017
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